“No tengáis miedo de que la vida pueda terminar. Temed, en cambio, que pueda no comenzar nunca”. San John Henry Newman (1)

Es una frase que resulta luminosa para este tiempo en donde la humanidad se está enfrentando al miedo, a la muerte y la enfermedad. Nos hemos recluido en nuestros hogares para no enfermarnos ni enfermar a otros. Hemos sentido el pánico de lo que puede significar que mi vida o la de otros se acabe de un momento a otro.

La muerte existe y es real. Tarde o temprano hay que darle cara. No se puede evadir. Sin embargo el real miedo no es morir sino más bien no vivir. Muchos pueden estar en “vida” o “sobreviviendo” pero en realidad están muertos, no en el sentido físico sino espiritual del término. Como dice el famoso texto bíblico del Apocalipsis: “tienes nombre como de quien vive pero estás muerto” (Ap 3,1).

Uno puede estar vivo, sin embargo la auténtica pregunta sería si la vida que estoy llevando tiene sentido, si vale la pena vivirla, si la estoy entregando por algún horizonte mayor que la llena de plenitud y de significado. Sólo cuando se encuentra el sentido, la vida se completa y se convierte en una conquista cotidiana por llenarla de los significados más altos y sublimes a los que la persona humana pueda llegar.

En mi pobre opinión y como aporte a este humildísimo blog creo que la vida cobra sentido cuando amas de verdad, cuando eres capaz de entregarte a los demás de manera desinteresada, cuando no sólo piensas en ti sino que buscas construir un mundo más humano para todos.  Cuando descubres que la lógica del amor no la construyes tú de acuerdo a tus parámetros sino que es Dios, Comunión de Amor, que te señala el camino a recorrer.

Cuando esto sucede pierdes el miedo a que la vida pueda terminar porque en realidad, si se acaba, estará empezando la verdadera, que es la eterna.

(1) Newman, primero presbítero anglicano y luego sacerdote católico, es el autor de esta iluminadora frase. Además de esto, el ahora Santo Newman, fue nombrado Cardenal de la Iglesia Católica por el papa León XIII luego fue beatificado por Benedicto XVI en el 2010 y canonizado como santo por el Papa Francisco recientemente en 2019.